

El Budismo es pura Sabiduría. Se sumó así al cúmulo de Sabiduría Universal que impregnó a todos los tiempos y lugares. Su realismo, su brillante psicología, sus principios y técnicas son admirables por su rigor, por su claridad, por su franqueza y porque invitan a una superior calidad de pensamiento y de vida. Aspira, por encima de todo, a la libertad interior.
El ser humano, cuanto menos sujeto está a los apegos, cuanto más se establece en el desapasionamiento y va eliminando los vínculos de la mente, más libre es, más independiente, más valioso para sí mismo y para los demás. Hay un conocimiento racional y hay un conocimiento suprarracional. De ambos se sirve el Budismo. La sabiduría discriminativa es como un escalpelo para rasgar la niebla de la ilusión. El Ojo del Dharma puede ver donde sólo ven niebla los ojos ordinarios. Es el Ojo de la Verdad, que trasciende la condición meramente humana y puede ver las cosas tal y como son. Y llamo Budismo genuino a aquel que, lejos de todo oscurantismo, abiertamente, mostró el Buda para beneficio de los seres humanos.
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